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Poesía, traducción y poemas (1)
1. AVESTRUCES HORMIGAS Y CABALLOS
A mi sobrino Jorge le encantaban los cacallos, como él los llamaba. De modo que cuando cumplió cuatro años le llevamos a Píñar, una pequeña población situada a casi cincuenta kilómetros de Granada que, al margen de su hermosa y afamada Cueva del Agua, disponía de un restaurante con una pequeña granja aneja a este. Tras el almuerzo dejamos a sus padres y a los amigos que nos acompañaban disfrutando de la sobremesa, mientras nosotros decidimos explorar la finca por nuestra cuenta.
Su ilusión por ver un caballo de verdad se torció pronto. Por el camino que conducía al establo me llamó la atención una pequeña colonia de avestruces tras la verja de un cercado, y cometí el error de insistirle en aproximarnos a ella para observar mejor el comportamiento de tan curiosa especie, también extraña para mí pero que a él no le interesaba en absoluto, creo, por su tamaño disuasorio e inusual extravagancia. No debió parecerles bien que nos inmiscuyéramos en sus asuntos avestruces, sobre todo a uno de los especímenes, que dejó sus entretenimientos para abalanzarse sobre nosotros con manifiesta intención de espantarnos. Lo logró. Por fortuna la verja era bastante alta, aunque el susto de mi sobrino no fue menos espléndido.
Tomamos asiento sobre un murete de obra muy próximo al vallado, a una distancia prudente del antipático y desmesurado pajarraco, para que el corazón de Jorge recobrara el temple. Lucía un Sol espléndido aquel domingo, y daba gusto cerrar los ojos y sentir su rara tibieza de primeros de marzo acariciando los párpados y sonrosando las mejillas: era un Sol que lavaba la piel de recientes heladas con templado mimo y disipaba la melancolía anticipada por el regreso a la ciudad poco después. Durante unos minutos perfectos estuvimos juntos, así, bañándonos con la luminosa calidez de las primeras horas de la tarde, enamorados de la vida, y aunque noté cierto cosquilleo en las pantorrillas y algún picor que atribuí a los benéficos efectos dilatadores del Sol sobre mi epidermis, no me preocupé hasta que sentí la mano de mi sobrino agarrándome con fuerza de un brazo mientras musitaba un titotitotito que no presagiaba nada bueno. Y no lo era: una legión de hormigas de prominente cabezón rojo y mandíbulas batientes más que evidentes había decidido tomarnos como rehenes y conducirnos al interior del hormiguero de grado o a la fuerza.
Huimos solidariamente despavoridos, sacudiéndonos como pudimos aquellos formidables insectos, que a pesar de nuestros manotazos parecían tener más vidas que los gatos, mientras bajábamos la senda que llevaba a la cuadra. Nos reímos mucho, más por nerviosos que por contentos, cuando empezamos a escuchar formidables relinchos. Nada más doblar la esquina del portón que antecedía a una destartalada caballeriza nos topamos con un caballo encabritado. El respingo de mi sobrino durante el episodio del avestruz huraño y el breve pero mal rato que ambos habíamos pasado quitándonos de encima a las hormigas cabezonas se transformó, para él, en una pesadilla: un enorme caballo piafaba, resistiéndose a las órdenes del mozo de cuadra que pretendía encerrarlo tras el portón. Sentí que cogía mi mano con intensidad, que le temblaban las rodillas cuando se escondió detrás de mí. Y puesto que yo no estaba para grandes heroicidades, ni él para que yo le animase a acometerlas, nos escabullimos de aquel lugar con nuestra dignidad algo lastimada, pero ilesos, y con más que ocultar que contar a nuestro regreso al restaurante. A mi sobrino dejaron de gustarle aquella tarde todos los caballos del mundo ya fueran dibujos animados, nobles équidos, o fascinantes hipocampos.
Imaginemos que el caballo, colosal e indomable, es un poema de pura raza, y aun dentro de su linaje, la literatura, peculiar en su propio género y autóctono de un territorio, pero autónomo; que comparte una lengua común mas no necesariamente el mismo lenguaje; parte de una historia colectiva y con una función en la historia de su tiempo y sin embargo dueño de una expresividad única, de una sonoridad especial, de unas características singulares, exclusivo de un solo individuo. Imaginemos ahora que el traductor es una hormiga cabezona que pretende arrastrar el caballo al hormiguero y, por último, que en nuestro primer acercamiento a esa rara avis que en nuestro entorno es la poesía, ave ciertamente exótica y antipática incluso para el lector joven, novel o convencional, somos recibidos con un ronco gruñido para marcar el territorio, en lugar de cortejarnos.
Se convendrá conmigo que una traducción pésima de un poema extraordinario no presagia una relación larga y dichosa entre lector, autor y género, y que aún se complicará más si tropieza con una mala traducción de un mal poema. Será difícil que nuestros exploradores de experiencias líricas no huyan despavoridos ante la aterradora visión de oraciones cortadas en lonchas (me refiero a los versos) si no abandonan, directamente, su incipiente y tímido interés inicial por la poesía, una disciplina de escaso o nulo interés práctico para su presente y su futuro.
Siempre será imposible que el caballo quepa en la boca del hormiguero de una sola pieza, y esa es la razón por la que las hormigas, que no son cabezonas, no pretenden hacerlo nunca: saben que existe una insalvable distancia entre lo que se quisiera, lo que se debe, y lo que se puede hacer. Conocen a la perfección sus limitaciones, pero no dejan de lado la exploración de sus extraordinarias posibilidades.
2. DOS POEMAS TRADUCIDOS AL GALÉS
En mi humilde y discutible juicio, cuando no perfectamente errado, la traducción literaria de poesía es imposible si el traductor no ama el género hasta el punto de convertirse en cuasiautor. Y para ello una de las claves reside en su dominio no solo de la lengua que interpreta, lo que le permitirá mantener una literalidad convincente, y si solo razonable bien razonada, sino en especial su conocimiento de su propio idioma. No entiendo imprescindible que para la traducción de poesía se precise a un poeta consagrado como no entendería que, de sufrir un súbito infarto de miocardio mientras caminamos por la calle, nos negáramos a ser atendidos por un médico cualificado antes de que el cirujano-jefe de un hospital especializado en cardiología determinara que debemos ingresar en quirófano de inmediato: convendría no olvidar que incluso a una eminencia en cirugía cardiovascular se le mueren los pacientes en la mesa de operaciones. Obviamente bien formado, nuestro médico salvador tomará las medidas más adecuadas para que el poema no fenezca en el acto porque ama la poesía, el poema y el lenguaje poético, conoce su mecanismo de funcionamiento material y cada uno de sus componentes, y es capaz de explotar una gran variedad de recursos formales para que los versos gocen de una buena salud.
La importancia de la traducción literaria, al margen de la fundamental trascendencia en nuestras vidas de la traducción mecánica –pensemos en la carta del menú de un restaurante cuando viajamos al extranjero, que de no “venir en nuestro idioma” podría arruinar nuestras vacaciones por alergia a alguno de sus ingredientes o condimentos, o en un complejo electrodoméstico japonés cuyo libro de instrucciones solo utilizara caracteres nipones- resulta tan determinante que, sin duda, la historia de la literatura universal no existiría o, cuando menos, no como la conocemos. Otra cuestión será que adoptemos una postura nihilista y le neguemos cualquier valor a la literatura. Mas no siendo este el caso, cabría considerar que si la invención del alfabeto sellaba la más admirable de las invenciones humanas, para Galileo, la traducción es su extensión más preciada y multiplica su potencialidad de comunicar los “más recónditos pensamientos a cualquier otra persona, aunque estuviera separada por un gran lapso de tiempo o por una larguísima distancia, de hablar con los que están en las Indias, con los que todavía no han nacido y no nacerán antes de mil años, o diez mil…” Los signos se asimilan, los gestos se interpretan, el menú se contrasta, las instrucciones se traducen: cualquier forma de lenguaje se trasvasa. Pero los textos literarios se decantan.
A lo largo de los próximos meses, y en sucesivas entradas, Geometría del Desconcierto / Ediciones se acercará al mundo de la traducción. Uno de sus proyectos inmediatos es la publicación de la traducción de un único poema, a cargo de Jesús Munárriz, prestigioso poeta, editor y traductor de un poema de uno de los autores más extraordinarios de toda la historia del pensamiento: Nietzsche. Sería un gran honor contar con colaboraciones en este campo, pero en tanto estas no se produzcan deberemos ceñirnos –lo siento- a mi experiencia personal. Algunos pocos poemas míos, muy breves por lo general, han sido traducidos al alemán –basándose en mi propia traducción-; otros han llegado al griego a través del inglés; y otros fueron decantados al italiano, al holandés, al checo, o al galés –por el que hoy empezaremos- sin mayor intervención por mi parte que la de agradecer inmensamente la tarea de los traductores, ya fuesen expertos o principiantes, por dedicar su tiempo y su talento a mi poesía. En sentido contrario, he intervenido en la adaptación a nuestro idioma del poemario de un poeta novel finés corrigiendo, junto a su profesora de español, Cristina Rodríguez, la propia versión del autor, en la que nos atrevimos a realizar algunas arriesgadísimas intervenciones aunque siempre sometidas a su aquiescencia; o prestando toda mi atención, sensibilidad y –si lo he- conocimiento, a la soberbia traducción que Carmen Montes Cano ha realizado de algunos textos y poemas seleccionados del descomunal escritor sueco en August Strindberg. Escritor, pintor y fotógrafo (Nørdica Libros, 2012) : una labor de imponderable taracea literaria por su atención a la medida, cadencia y rima –esto último siempre que fue posible- originales sin restar un ápice del vigor poético de las imágenes, ni de la tensión dramática de los fragmentos escogidos y, al mismo tiempo, transgresora. Sírvame todo lo cual para decir que si mi poesía espanta al neófito, al poeta de fuste y al de postín, no me falta alguna mínima experiencia como para entender cuánto cuesta conducir a un caballo al hormiguero.
Comenzamos esta serie de entradas con la traducción de Mererid Hopwood de los poemas “Desnudo” (Las briznas: poemas para consuelo de Hugo van der Goes, 2007) y “Un elefante en la tela de una araña” (Poemas perplejos, 1995). Por último, y por anticipado, quisiera disculparme si en la transcripción de la fotocopia que me hizo llegar David Morgan de la traducción de Meredid Hopwood he cometido algún error del que solo yo soy responsable.
DINOETHWYD / DESNUDO
Daw dyn i´r fynachlog, ond un arall wedyn
sy´n gwisgo clogyn y mynach diaddurn
er mwyn edrych ar Dduw o´i gell,
neu er mwyn dianc rhag y byd hwn a´i erchyllterau sych
ac er mwyn ei wynebu´n well,
neu er mwyn osgoi´r wyneb sy´n ceryddu´r drych.
Daw yn wylaidd, ac mae gwyleidd-dra´n ei weddu,
ac eto, chwilied a fynno, mae unigrwydd yn ddwfn,
ac mae dyfnder yn brifo, oni ddaw yn sydyn
rhyw fath o deimlad.
Daw dyn, ac yn y fynachlog
tawelwch sy´n croesawi ei gyrraedd,
yn barchus, amheus, yn weddus ddrwgdybus,
a chydag ef mae´n cario llwch y weundir llwyn,
mwd o lonydd cefn tywyll,
mwd ei wendid a´i fai,
er bod dyn da yn byw dan ei fron.
Mae´n dadwisgo´r carpiau a´r pechodau
wrth glirio ffordd drwy´r clos a thynnu´r dillad brwnt,
fel pe bai´n dweud mai´r hyn sy´n ein gorchuddio ni
yw gwir gnawd ein cig ni, ac nid y mwgwd,
yn yr un modd ac y mae amlinell y wyneb
yn ddim ond canol y masg. Ac yntau´n noeth
mae brychau gofid a chythrwfl arno,
golosg ei orffennol, a chreithiau diweddar.
Dyma´r pileri sy´n cynnal y mynachdy,
coed y clos, y pren afalau sgleiniog a gaethiwyd,
ac felly hefyd y palm sy´n llawn blodau bach
yn dangos eu hun drwy´r tail. Mae´r llewod
yn rhuo yn y bwâu, tra bo´r adar yn trydar
gan goroni´r llechi uwchben,
eu calonnau´n newynog, a´u gyddfau´n brifo
gan leisiau´r seraffiaid sy´n methu byw
fan hyn ar y ddaear, ac sy´n ymestyn mewn un côr,
ac os yw´r côr yn deilwng o´r nefoedd, nid yw´n deffro dduwioldeb.
Entra un hombre en el claustro. Otro más
escoge el hábito de monje austero
para mirar a Dios desde su celda,
o para huir del orbe y sus horrores;
para verle de frente, cara a cara,
o no enfrentarse al rostro que reprocha el espejo.
Viene con humildad, que le conviene,
pues busque lo que busque, la soledad es honda
y hondo daña, si no halla pronto algún
sentido. Entra un hombre y en el claustro
un silencio recoge su llegada
con respeto y recelo, obligada cautela:
trae consigo el barro de la ciénaga,
lodos de callejuelas tenebrosas,
fangos de su flaqueza y de su culpa
aunque en su pecho habite un hombre bueno.
Se despojó de harapos y pecados
al franquear el patio, su mugriento vestido,
como si aquello que nos cubre fuera
la verdadera piel de nuestra carne
y no el disfraz, igual que el perfil es tan sólo
la mitad de una máscara. Aun desnudo,
en su mirada hay tormento y mácula,
brasas de su pasado, cicatrices recientes.
Estos son los pilares que sustentan
el convento, los árboles del patio,
sus lustrosos manzanos condenados,
igual que los arriates mimados de verónicas
se abonaron de estiércol. Los leones
rugen en las arcadas mientras gorjean aves
coronando los ábacos, hambrientos
corazones, gargantas lastimadas
de voces serafines que no pueden vivir
aquí en la tierra, y se alzan en un coro
que si merece el cielo, no le mueve a piedad.
YR ELIFFANT AR EDAU´R PRY´COP / UN ELEFANTE EN LA TELA DE UNA ARAÑA
Edmygaf ddyfalbarhad y corryn
wrth iddo ganolbwyntio ar ei dasg
o greu magl mewn mosaic bendigedig,
nid ei ddysgeifarwch wrth lafur yr hela sy´n mynd a´m bryd.
Pan mae´n synhwyro perygl y glaw,
mae´n tynnu mewn ei waith helaeth
gyda dawn wyrthiol;
ac os daw´r gwynt a´r tywydd mawr i niweidio ei waith
mae´n ei ail-greu, mae´n dal ati, yn nodwyddo´r
edau trwy´r tyllau´n amyneddgar,
â doethineb mwy na gwyleidd-dra, ac mae´r trwsio´n
creu deunydd tryloyw o´i rwyd.
Deunydd sy´n gallu gwrthsefyll,
sy´n fygythiad mwy fyth,
a deallaf mai patrwm nid hynafol
ond cyn-oesol o fodoli ydyw;
a bod trachwant yn arwain y reddf
sy´n ei wthio i gyflawni´r campwaith
brau –yn frodwaith gorwych eithafol-
nid y ffug frwydro heintius a ddaw â syniad
deallus, neu ysgogiadau´r dychymyg.
Ac nid wyf heb wybod mai ei dechneg
yw techneg goroesi,
tric cach-gi a gaiff ei berffeithio
â gosgeiddrwyd erchyll
gan ei wendid athrylithgar a thraddodiad.
Mae rhywbeth ynglyn â manylder siarp
y symudadau didostur
sy´n fy rhyfeddu ac yn fy arswydo,
rhywbeth gwrthun yng ngwead perffaith
y magl marwol sy´n fy nhroi
yn erbyn braint ei ddiogelwch fe fel heliwr.
Ond y sawl a fynn garu heb gael ei frifo,
sef marw yn nwylo´r un a gerwch,
dealled ddysgeidiaeth natur,
a pheidied â thaflu ei hun i´r byd heb darian,
na strategaeth datoded yn ofalus
ei we pry cop ei hunan, ac os daw´r gwynt
neu´r tywydd mawr i´w malu, dalied ati,
ac os na chaiff garu, o leiaf caiff oroesi.
Admiro la tenaz entrega de la araña
a su sobria tarea, que convierte
en mosaico bellísimo una trampa,
no su astucia en el arte de dar caza.
Cuando intuye el peligro de la lluvia
recoge su trabajo prodigioso
con tanta habilidad que es milagro;
si el viento o el tiempo dañan su labor
la reconstruye, persevera, enhebra
el hilo en sus agujas con paciencia
antes sabia que humilde, y su remiendo
devuelve resistencia y transparencia,
acaso aún más, a su red inclemente.
Entiendo que se trata de una forma
no antigua, primitiva, de existencia;
que la voracidad guía el impulso
que impele a ejecutar la delicada
obra –casi suntuosa de primor tan extremo-,
no el febril simulacro de una idea
inteligente, o el ímpetu de una fantasía.
No ignoro que su técnica consiste
en una táctica de subsistencia,
cobarde ardid que su debilidad
ingenia y la costumbre perfecciona
con elegancia pavorosa.
Hay algo en la afilada exactitud
de sus inexorables movimientos
que me fascina y me estremece, algo
perverso en la perfecta ejecución
de su trampa mortal que me rebela
contra su impunidad de cazadora.
Pero quien quiera amar sin ser herido,
que es morir a manos de lo amado,
aprenda la enseñanza de la naturaleza,
y no se arroje al mundo sin escudo
ni estrategia; despliegue con cuidado
su propia telaraña y, si el viento
o el tiempo la destruyen, persevere;
y, si no ame, al menos sobreviva.