Share This
Introducción
Abro este cuaderno por su primera hoja, encabezándola con una cita de Cuadernos de África de Miquel Barceló, como él hace, tímidamente, cuando escribe: “Mis diarios nunca ha prosperado (…) ¿Qué tono adoptar para uno mismo? (…) Sin duda era más saludable la vergüenza adolescente que hacía que acabara arrancando las páginas de los diarios para llenar de dibujos el resto. Pintar ensucia. Escribir pica”. Sin entrar en discusión con el artista, le hubiera sugerido otro verbo: escribir pincha: pincha como si cada palabra tuviera punta, pincha como si una zarza envolviera, a veces, el corazón, o una alambrada de espino rodeara el pensamiento. Si fuera más allá diría que escribir hiere. El picor, al que pienso que se refiere Barceló, parece solo una molestia pasajera de fácil arreglo: dejar de escribir. Porque escribir por escribir, escribir porque no se nos ocurre otra cosa que hacer, la escritura como terapia o disciplina es algo que aún no entiendo útil para mí por más que, en una de esas, de cuando en cuando, creas distinguir en aguas someras el dudoso brillo de un oro a menudo falso. Inicio, pues, este cuaderno, con la intención de utilizarlo solo cuando me llame el placer de escribir, no la obligación de hacerlo.
…we
form an obscure fraternity
who, though not destitute of sight
know ourselves doomed from birth to see,
like owls, most clearly in half night.
1 de diciembre, 2009. Instantáneas tomadas con teléfono portátil.
Desde hace muchos años estos versos de Robert Graves me han acompañado por uno de esos misterios que uno no sabe desentrañar y que solo se resuelven dejándolos estar, a su aire, revoloteando sobre nuestras cabezas. Nosotros / formamos una obscura fraternidad / que, aunque no desprovistos de vista / nos sabemos condenados desde el nacimiento a ver, / como búhos, con mayor claridad a medianoche. Seguramente mi traducción no sea excelente, pero siento que no desvirtúa el texto original: me conformo, quizá, con poco.
Recuerdo que los copié hace al menos veinte años, en la maravillosa Biblioteca del Paseo del Salón, refugio de mis mejores rabonas, aunque no de qué libro concreto. Debió ser en alguna de aquellas maravillosas enciclopedias de literatura que había siempre a mano, separando las bancas del pasillo central para mayor intimidad de los lectores y usuarios, sin necesidad de pedírselas a la bibliotecaria. El caso es que aquellos versos afloraron en mí, desde entonces, con cierta asiduidad y nunca supe por qué, ni para qué: solo intuía que, en algún momento de mi vida, volvería a ellos.
Y esto sucedió cuando comencé a trabajar con Jaime García en el contenido del primer volumen de Los viajes de Dionisos. Quizá como homenaje al autor de uno de los libros más entretenidos y recurrentes de mi vida, Los mitos griegos. Una de esas obras que, como Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, siempre termino echando de menos en mi biblioteca por esa manía tan peculiar en mis efervescencias de cariño de regalar a mis invitados en casa –muchas veces sin que me lo pidan, me temo que puntualmente sin que ni siquiera lo deseen- los libros o los discos que me entusiasman. Acaso prefiera regalarlos, pienso ahora, porque en el fondo sé que nunca me los devolverían si se los prestara.
Quizá como homenaje, escribía; sí, puedo asegurarlo… pero no solo como homenaje a Graves, sino también a los compañeros de viaje con los que esta Geometría del desconcierto: Las Bacantes ha ido tomando forma desde que el proceso de creación, y de recreación, dio sus primeros pasos, hacia 2007: a esta hermosa fraternidad en la que, como atentos búhos, hemos escrutado pacientemente las tinieblas del tremendo texto de Eurípides, y en otras obras que de algún modo lindan con la gran tragedia griega, sus ocultas, trascendentes, turbadoras sugerencias y significados.
A veces no fue fácil: pero siempre fue un lujo compartir con ellos la medianoche, sus misterios sutiles, sus deslumbrantes momentos obscuros.
Fotografías tomadas con un teléfono portátil por Rocío M. Fosela. 1 de diciembre, 2009.
Frano Kakarigi y Jaime García
José Vallejo
Juan Carlos Friebe