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La imagen del arte

“Matrona que lleva una manivela y una palanca en la diestra y una llama de fuego en la siniestra.”

“Mujer vestida de verde, con pincel y cincel en su derecha, mientras sujeta con la izquierda un palo, hincado en tierra, donde apoya una planta tierna y joven.”

 

Estas son las dos representaciones que Ripa hace de la voz Arte en su Iconología y lo primero que nos llama la atención es su condición de género femenino, a diferencia del Artificio, al que personifica en un hombre y lo siguiente es cómo, en la acepción secundaria, es donde aparecen los elementos relativos y ajustados al arte, tal y como nosotros -personas del siglo XXI- haríamos o, incluso, como desde un momento dado se hizo para representar al Arte y a las Artes de forma tradicional a través de los elementos de cada una de ellas. De este modo, es habitual encontrar la personificación, en masculino o femenino, rodeada de paletas, bustos, instrumentos o partituras, compases, libros, máscaras, etc. Pero en el caso de Ripa, el nivel de concepto es más alto; en Ripa se respira la discusión sobre el Arte y el artista, se hace referencia a la parte artesana, a su deuda con la aritmética y con la naturaleza, al tiempo que se entiende el papel elevado de la inspiración poética para poder crear, en el momento y en el espacio, con fuerza de vida divina.

En la primera alegoría, nos dice que ha de portar una manivela y una palanca, objetos mecánicos, porque casi todas las artes utilizan ingenios e instrumentos y toman su fuerza de la balanza y el círculo, según explica Aristóteles en su Mecánica. Mientras que “la llama aparece como principal instrumento de las cosas que al arte pertenecen; pues consolidando o ablandando la materia, la hacen apta para ser utilizada por el hombre en muchas industriosas actividades.” Como vemos el Arte queda reducido a la consideración de la realización física con calidad de las cosas. A la creación con Arte de las cosas y, por tanto, a las consideraciones físicas y el resultado formal y utilitario de las cosas.

Por otra parte, en la segunda alegoría, se hace una reflexión en la que entra en juego un concepto más cercano a la inspiración divina. Ripa pinta a la mujer portando un pincel y un cincel, pero no porque sean instrumentos habituales del pintor y el escultor, sino “porque simbolizan la imitación de la natura, que particularmente se expresa y se destaca en el pintar y esculpir.” Pero Ripa va más allá y plantea el “milagro” del Arte, cuando nos dice que “el Arte no imita sino que suple los defectos naturales, tal y como sucede especialmente con la agricultura”, siendo esta la razón del palo hincado en tierra que logra, con su solidez y derechura, es decir su arte, que vaya creciendo el débil arbolillo.

Aquí, en esta segunda personificación complementaria a la primera, se concentra el hilo dador de vida que se le concede al Arte. Por una parte, una necesidad física y formal que ha de ser resuelta con “arte” o, lo que es lo mismo, con solvencia, gracias al conocimiento teórico de las ciencias que participan en él. Y por otra parte, le otorga el poder de dar vida, de hacer crecer aquellas cosas que sin su “arte” como sostén, sería imposible que se desarrollasen.

Es curioso cómo Ripa con tan escuetos elementos, resume siglos de pensamiento sobre el arte y la profesión de artista. Pero aún es más curioso, cómo se va degradando tan intenso mensaje plástico hasta convertirse en poco menos que una panoplia de elementos intrínsecos al oficio de artista, reunidos con mayor o menor éxito, especialmente a partir del siglo XVIII y que ve su esplendor en el XIX, con obras como Alegoría de las Artes de Vicente Palmaroli (1834-1896) para el Ateneo de Madrid.